Animales de Costumbres, 1er. Cap.: «Despierta» por Germán Montes

Despertador¡¡¡¡Clonc… plafff… clink… CRASH!!!

Vale, genial. No hay mejor forma de empezar el día.

Al intentar apagar el maldito despertador, vuelvo a arramblar con todos los trastos que he ido colocando en la mesita de noche durante varios días de concienzudo desorden.

Tiene algo de mágico levantarse un lunes cuando uno no tiene trabajo, ¿verdad?; seguro que lo tiene, solo que yo no termino de encontrárselo. Más bien creo que uno acaba levantándose porque no le queda otra. Alguna vez he intentado empalmar dos días seguidos en la cama, soñando con batir algún record; pero, llamadme hiperactivo, a partir de las 15 horas en la cama, empiezo a perder el sueño. Y como buenos animales de costumbres, comenzamos el día haciendo aquello que menos esfuerzo mental requiere; léase: bostezar, rascarnos la entrepierna y arrastrar los pies hasta el baño.

Una vez allí, y ya algo más despejados, podemos realizar tareas más complejas, como poner muecas frente al espejo, comprobar si tenemos algún nuevo michelín hospedado en la barriga, y, ya que estamos por el barrio, extraer cuidadosamente la pelusilla que ha vuelto a anidar en nuestro ombligo. Cumplimentada la rutina mañanera, me centro en los principales quehaceres de un parado. El ordenador me mira, desafiante, desde su fría carcasa.

Tiene que ser fácil ser ordenador; te enciendes, cumples con tu cometido, te apagas… y cuando no sirves, a tomar por culo. La putada de ser persona, es que cuando no sirves para nada, no llega alguien y te desensambla para aprovechar las partes de ti que pueden ser usadas por otros más afortunados y/o dotados que tú. Tienes que seguir encendiéndote día a día pensando que eres un lastre para tu familia, tus amigos, la sociedad y el universo en general, que bien podría haber usado los átomos que te constituyen en infinidad de mejores proyectos.

Mientras abro el correo fantaseo con que esta mañana va a ser diferente; tengo varios e-mails en los que se me comunica que otras tantas empresas están interesadas en hacerse con mis servicios; posteriormente encuentro otro correo de uno de los antiguos amores de una de tantas páginas de contactos que frecuenté allá por los tiempos en los que creía en el destino; y por último, ya en el clímax de mi fantasía, compruebo en la correspondiente página web, que mi boleto de lotería está premiado.

¡¡15 millones para mi solito!!

15 correos de Ofertix, Let´s bonus y similares me devuelven a la realidad. Especial atención merece uno que me anima a alargar mi pene. ¿Me abriría las puertas del mundo laboral tener una tranca de 23 cm? No sé, quizás debería dedicarme al porno, dicen que da mucho dinero. Además, eso de estar con una mujer cada día… no pinta mal.

Suena el teléfono de casa. Mientras salgo corriendo miro la hora; las 11:11. Otra vez…

Desentierro el teléfono de entre la montaña de ropa que hay encima del sofá. Nota mental: debería ordenar un poco la casa.

-¿SÍ?

No hay respuesta… otra vez.

-¿Hola? ¿Eres tú? Supongo que sí.

Silencio…

-Hoy estoy igual, gracias. Un día más, ¿no? O uno menos, no sé. Estoy un poco… bueno, ya sabes… de lunes. Este finde ha sido mejor, ¿eh? El sábado la volví a ver por la calle. Me miró. Dios, ¡cómo me suena su cara! Alba; yo creo que se llama Alba. Le pega. Bueno, ya tienes que estar aburrido de esta historia… o aburrida…

Vuelvo a fantasear.

-Un día dirás algo, lo sé. Pero no me importa que no des el paso, ¿eh? La verdad es que me encanta que me escuches. Normalmente la gente va a su bola. No escucha, solo oye. Oyen hablar y en cuanto pueden, ¡ZAS! Meten su cuñita. Si les dices “hoy me he encontrado un billete de 20 euros” te dicen: “yo una vez me encontré uno de 50”. No escuchan, solo esperan su turno para hablar…

Silencio…

-En fin, voy a salir a echar currículums por ahí. ¿Te vienes? No; tú seguramente tienes trabajo. Debes ser médico; todo el día salvando vidas. Te gusta… necesitas ayudar a la gente… ¿verdad? O… no, ya sé. Trabajas en una biblioteca. ¡Por eso no puedes hablar!

Empiezo a sentir la opresión en el estómago que siempre me baja de la nube. Cuelgo. Cojo una chaqueta y busco la carpeta con mis currículums. Cuando estoy apunto de salir por la puerta, desando mis pasos para coger el mechero, que como siempre, he olvidado en la mesita de noche.

Somos animales de costumbres.

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