
Apenas nos relacionábamos con nuestros vecinos. En su momento, habíamos intentado conversar con alguno de ellos, los más contiguos a nosotros, pero no duro mucho la charla. Teníamos poco en común. Su lenguaje se nos antojaba muy técnico y enrevesado. El resto del vecindario lo constituían una mezcla de individuos de muy diferente procedencia y nivel cultural. Una Babel dispar donde nos fue imposible atisbar alguna idea afín a las nuestras. Un laberinto de murmullos y palabras, unas más altas que otras, entrelazadas en un ovillo imposible de desenredar.
Y así pasaron los años. Nuestra mayoría de edad. Posteriormente la vejez. Terminamos siendo trasladados a una residencia, aunque también allí era llamada “orfanato” por sus inquilinos más “honoríficos”. Aquí termino lo bueno y empezaron las penalidades. El lugar estaba masificado y no tenían consideración con casi ninguno de los que allí estábamos. Apilados unos encima de otros, a veces en posturas y situaciones incomodas e “indecorosas”, que podían durar días, meses, años…
Lo único que nos alienta, es la pequeña esperanza de que alguien venga de visita algún día y se interese por nosotros. Que tenga un poco de misericordia y nos lleve a casa. Como en los viejos tiempos. Que nos quite el polvo que se acumula encima y entre nosotros. Que repare alguna de nuestras páginas arrugadas y podamos trasmitirle todo el Saber que tenemos acumulado en cada una de nuestras hojas.
Solo pido que la fortuna haga que los hermanos permanezcamos unidos. Que nuestros tomos se mantengan unos junto a otros hasta el fin de los días…